domingo, 5 de julio de 2020

EL SANTO ESCAPULARIO - Don Felix Sardá y Salvany


El Santo Escapulario

                                    
                                             
                                   Con esta palabra se entiende siempre designar la    
                     espiritual divisa de la insigne Orden Carmelitana,
                     por ser el Escapulario de ella el que dio tipo y
                      norma para todos los demás que después se han
                     usado en la Iglesia de Dios.  Del  mismo que
                     cuando se habla de la Venerable Orden Tercera
se quiere significar, aunque otras cosa no se diga, la del Santo Padre Francisco de Asís, que fue la que sirvió de modelo a cuántas Órdenes Terceras se han erigido después.

       Es entre todas la Órdenes religiosas una de las más distin-guidas la insigne Orden Carmelitana o del Monte Carmelo.  A la antigüedad de su fundación, que no sin graves motivos se hace remontar al Santo Profeta Elías, añade los inmensos servicios que ha prestado a la Iglesia de Dios, y lo que ésta la ha tenido siempre en especial consideración.  Más sobre todo la enaltece la justa estima que ha logrado entre las clases todas del pueblo cristiano su Santo Escapulario.  Aún hoy, debilitada la fe y entibiado en muchos corazones, aún de los católicos, el amor en que deben tenerse siempre estas piadosas prácticas, el santo Escapulario comparte con el Rosario de Nuestra Señora el blasón de la más universal popularidad.  Aún hoy parece ser fiesta en todos los pueblos el día del Carmen, aunque como tal no la haya preceptuado el Calendario cristiano, y son los altares más concurridos y más iluminados los de la Virgen del Carmelo, y son los colores de su hábito los que más usan en concepto de devoción y de exvoto muchas personas piadosas.  Y bajo sotanas y monjiles, como bajo trajes de seda y uniformes militares, la mística divisa del Escapulario cubre aún muchos pechos como celestial escudo, y mantiene en ellos como recuerdo santo el calor de la fe y de la devoción más acendrada a María Santísima.


                Prescindiendo, pues , de las grandezas y glorioso abolengo histórico de la Orden Carmelitana que todo no lo podemos abarcar, diremos algo ahora del Santo Escapulario, parte que más de cerca atañe a nuestras relaciones con el pueblo, a quien principalmente nos dirigimos.  Su origen, su excelencia, las bendiciones que a él ha vinculado la promesa formal de la Madre de Dios, las gracias con que después la enriqueció la generosidad de los Papas, los favores mil que ha logrado a sus devotos; todo eso reseñaremos breve y compendiosamente, y aunque muchos de nuestros lectores lo sepan ya, por haberlo oído cien veces predicar, se lo recordaremos para que lo tengan en mayor estima y aprecio.
       Y además les daremos de nuestro propio saco algunas contundentes razones con que puedan contestar a quien les hable en son de mofa contra tan hermosa devoción.
       Que los tiempos presentes obligan a que se miren y estudien siempre las prácticas devotas también por este lado : por el de la controversia, para cerrarles la boca a los impíos.  La misma Virgen Santísima es la autora del Santo Escapulario.  Sabida es la hermosísima historia (no leyenda, sino historia fundada en los documentos críticos más incontestables) del venerable Simón Stock, carmelita inglés, general luego de toda la Orden carmelitana, a quien se le apareció la celestial Señora, donándole, con raro y nunca antes oído privilegio, la insignia del santo Escapulario con estas palabras que expresan toda la importancia del don : “Recibe muy amado hijo, recibe este Escapulario, insignia y divisa especial de tu Orden y de mi Hermandad, privilegio singular y exclusivo para ti y todos los Carmelitas.  Cualquiera que muriese investido con él no sufrirá el fuego eterno.  En él tienes bella consigna de salud, amparo en los peligros, prenda de paz y de eterna alianza”.
      
Documentos de la crítica más incontestable sacan, como hemos dicho, esta aparición de la categoría de piadosa leyenda tradicional que para algunos pudiera meramente tener, para elevarla a la de verdad reconocida plenamente por la historia y sancionada por la suprema autoridad de la Iglesia, tan escrupulosa como todos sabemos, en estas materias.  La serie de Romanos Pontífices que en seguida se apresuraron a dar toda clase de apoyo y firmeza a la devoción del Santo Escapulario principia en Juan  XXII, el cual en su famosa Bula refiere, bajo el sello papal, como se le apareció la Reina de los cielos, y le manifestó que su amor a los cofrades carmelitas era tal, que no permitiría que los exactos observantes de esta Regla pasasen en el purgatorio más allá del primer sábado después de su muerte, por lo cual se llamó a dicha Bula Sabbatina.  Singular manera de jubileo otorgado a sus devotos por la bondad de la Madre de Dios, y que fue reconocido, no como mera piadosa creencia popular, sino como auténtica revelación de la Reina de los cielos, por Alejandro V, Clemente VII, Paulo III, San Pío V y Gregorio XIII, que todos añadieron nueva sanción a la referida Bula de Juan XXII.  Permitiendo Dios que, algunos siglos después, poderosos émulos de la Orden Carmelitana trajesen en Francia cuestión sobre eso, llegándose el caso de que por alguna autoridad inferior se pusiese en duda la autenticidad de tales creencias; lo cual provocó de nuevo el fallo irrecusable de Roma sobre este particular.  Lo cual más tarde repetido en Portugal, tuvo de parte de Roma igual definitivo desenlace.  Como si a propósito hubiese querido Dios sujetar a juicio contradictorio este punto culminante de las glorias Carmelitanas, a fin de que más clara resaltase la solidez de los fundamentos canónicos de esta hermosa devoción.  El último ponente, digámoslo así, de las sagradas Congregaciones romanas en esta materia, fue un teólogo de la talla del Cardenal Belarmino,  a cuya pluma se deben las lecciones del segundo nocturno del rezo de la Virgen del Carmen, que por orden del Papa le fueron encomendadas en sustitución de las antiguas, para que en ellas después de nuevo y maduro examen de este gran controversista, quedase plena y oficialmente consignada la revelación del Venerable Simón Stock y el contenido de la Bula de Juan XXII.
       A lo cual debe añadirse la concesión de las innumerables indulgencias con que ha enriquecido la iglesia la práctica de que tratamos aquí, última y más autorizada confirmación de ella para cuántos sepan apreciar el valor que tienen tales datos de crítica eclesiástica.
       Está, pues, en la categoría de las devociones más autorizadas y más formalmente reconocidas en la Iglesia de Dios la del Santo Escapulario.


       El elogio del Santo Escapulario queda hecho con citar las memorables palabras con que se dignó acompañar la Santísima Virgen su entrega al Beato Simón.  De ellas se han deducido cinco como especiales prerrogativas de esta espiritual divisa, por este orden :
1.   El Escapulario eleva a todo aquel que dignamente lo usa al carácter de hijo y hermano y co-familiar de la Santísima Virgen.  Tales son las primeras palabras de María a Simón Stock : “Recibe, hijo mío, el Escapulario de tu Orden, divisa hermosa de mi confraternidad”.  A quien la Virgen otorga con tal investidura este título de cohermano suyo, ¿quién se lo podrá negar?

2.  Hace participantes a cuántos lo visten de todas las obras buenas que se hacen en toda la Orden Carmelitana.  Compréndese esta prerrogativa en la anterior, pues haciendo el Santo Escapulario de todos cuántos lo usan una verdadera espiritual familia, hácelos partícipes, como no opongan formal obstáculo, de un mismo espiritual patrimonio, en lo cual consiste el carácter verdadero de cohermandad.

3.  Da derecho a innumerable suma de gracias espirituales abundantemente prodigadas por la Iglesia a cuántos tomen sobre sí esta devota insignia.  Llenos están los sumarios de la Orden de la relación de estas indulgencias, en las que apenas hay otra más rica, además de aquel insigne jubileo sabatino consignado en la Bula de Juan XXII y de que hemos hablado antes.

4.  Es signo de especial alianza entre el cofrade y la Virgen Santísima y prenda de eterna salvación.  También las palabras dichas expresan este concepto en términos que varios autores no han dudado llamar al Santo Escapulario una especie de sacramento de María, como que es signo sensible de la gracia de Ella, acreditada además por innumerables hechos que constan en las historias debidamente justificadas.

5.  Es protección en los mismos peligros corporales, como también expresa la citada fórmula de entrega de la Madre de Dios, también justificada con repetidos casos, en que aparece clara su protección sobre los fieles devotos del Escapulario en sus necesidades, especialmente en lances de guerra y de incendios.

Tales privilegios han dado muy justamente a la Cofradía del Santo Escapulario los honores de la más hermosa popularidad.  Hubo un tiempo, en efecto, en que pobres y ricos, jóvenes y ancianos, hacíanse como un deber llevar sobre su pecho esta divisa de María, para más acreditarle su amor y merecerse su protección.  Hoy con ser más tibia la fe, y en consecuencia haber decaído como todas las demás esta piadosa práctica, conserva todavía ella uno de los más privilegiados lugares en el corazón del pueblo cristiano.  Mas la impiedad hace también blanco de su rechifla esta devoción, y se burla de este retazo de lana bendecida que imponen los Curas y en que creen los tontos.  A eso contestaremos ahora para concluir.


  
Si en el terreno de la controversia teológica propiamente dicha es facilísimo responder con poderosos documentos a cualquiera objeción que se haga contra el Santo Escapulario, no lo es menos hacer enmudecer al racionalismo superficial y volteriano, que es el que más frecuentemente ataca en nuestros días esta devoción.

“¿A qué (os dirán) ese retazo de paño bendecido, que imponéis con tantas ceremonias?”

Y bien, replicaremos nosotros; aunque no quiera ver vuestra frivolidad en el Escapulario más que un retazo de paño, solemnemente bendecido e impuesto, y devotamente aceptado, y piadosamente ostentado, ¿creéis que no hay bastante con eso para sacarle vencedor de vuestras necias e impertinentes cuchufletas? Es una insignia, es una divisa, es una prenda de uniforme: y ¿desde cuándo todas estas cosas no os han sido, aún en lo humano, muy simpáticas y muy respetables, oh hombres de dos pesos y dos medidas, que tan desigualmente y con tan opuestos criterios juzgáis de lo vuestro y de lo de la Religión?

Os morís por una cinta o por una placa, y cometéis tal vez para alcanzarla mil bajezas, y os hacéis héroes de ridícula vanidad femenil por lucirla en concursos y paseos; y ¿qué es ésta más que un retazo de seda, que si alguna vez vale algo cuando algo significa, frecuentemente no es más que testimonio de la perfecta nulidad de quien la ostenta?

¿No mandáis al soldado que se haga matar en defensa de otro colgajo más o menos desgarrado que suspendéis de una percha y que llamáis bandera? Vidas a miles no le parecen precio demasiado subido al pundonoroso caudillo, para que no caiga ese girón de tela sucia y harapienta en poder del enemigo, porque es la divisa del honor, de la lealtad y de los más preciados intereses de la patria.

No parece estar el siglo por la nobleza, al menos por la verdadera; mas nada hay que seduzca tanto al más democrático ciudadano como la fatuidad de poder pintar en la portezuela de su coche o en el membrete de su papel de cartas un escudo blasonado que le distinga de la común y adocenada multitud.  Fatuidad hemos dicho, y lo es cuando tales símbolos no representan un glorioso pasado y rica herencia de verdaderos merecimientos, sino pueril deseo de ocultar como con brillante tapadera un origen tal vez ruin.

Decid ahora : aunque no fuese el Santo Escapulario más que divisa, bandera, blasón, ¿no tuviera bastante con eso sólo para merecer más alta consideración que la que en sociedad se tributa  a las más hermosas divisas, banderas y blasones? Es devisa del amor de María, concedida por esta celestial Señora a sus más ardidos caballeros; es bandera de su fe y devoción ilustre en las batallas de muchos siglos; es el blasón de una de las más ilustres familias del solar cristiano, cual es la vieja Orden Carmelitana.  Decid, frívolos burladores de las cosas santas, sólo por el prurito de serlo : ¿qué puede oponer a esos títulos de respeto vuestra crítica, que por ser racionalista no llega ni a racional?

Callad, pues, y dejad buenamente al pueblo fiel que ama, cree y espera, dejadle, digo, en la pacífica posesión y goce de unos sentimientos que por desdicha vuestra no estáis en el caso de comprender.  Y siga el verdadero y exacto devoto de María amando y reverenciando y llevando sobre sí, con profundo cariño y celestial confianza, el Santo Escapulario.



En resumen, María, nuestra Madre, se dignó bajarnos del cielo esta prenda de su protección, divisa de sus más devotos hijos.  Y el mundo todo recibió con aclamaciones de gratitud y cariño ese testimonio dela amor que le profesa desde los cielos su buena Madre.

Amad, pues, el Santo Escapulario, veneradlo y traedlo encima con fe y devoción y ejemplar conducta, porque es la insignia principal de vuestra Madre.

Escuchad ahora, y grabad en vuestra mente lo que os voy a decir sobre el Santo Escapulario.

Honra, como honra al buen militar el uniforme de su ejército; como honra al buen patricio la bandera de su nacionalidad; como honra al buen ciudadano la divisa de su profesión o clase social.  Con él distingue a sus más adictos soldados, la Reina de los cielos, a sus más preclaros hijos, la sociedad cristiana.  Vestir el Escapulario es todo eso, porque es la librea y divisa de la más escogida familia, la de la Reina de los cielos.

Obliga, como obliga un compromiso contraído; como obliga una palabra empeñada; como obliga un ofrecimiento prestado.  Como obliga al caballero su blasón; como obliga al soldado su bandera; como obliga al magistrado su insignia. Obliga a no mancharlo con ideas o costumbres indignas de él; a no envilecerlo con ruin y bastarda conducta; a ostentarlo con decoro; a conformar a su alta significación todo el tenor de vida : obras, palabras, pensamientos y aficiones.

Protege, como celestial loriga con que cubre María el pecho a sus devotos; como tabla salvadora que les tiene de en medio del oleaje del mundo, como prenda y fianza que les anticipa de su maternal corazón hasta más allá de la muerte.  Preserva en vida de males del alma y del cuerpo;  consuela en muerte de los remordimientos y angustias postreras; redime después de ella los atrasos y deudas del purgatorio.  Mitiga el hervor de las tentaciones; endulza los dolores de la agonía; abrevia el plazo de la expiación.

Traedlo, pues, encima, católicos todos, con fe y devoción y ejemplar conducta, porque es la insignia principal de vuestra Madre, la dulce, la cariñosa, la poderosísima Reina Carmelitana.

* Bula Sabbatina (clic ) 


* Apología (clic)

Fuente : Propaganda Católica -Año Sacro Tomo III-Parte II-páginas 111 al 120