jueves, 15 de agosto de 2013

ASUNCION DE CUERPO Y ALMA DE LA SANTISIMA VIRGEN MARÍA A LOS CIELOS


BULA DOGMÁTICA "MUNIFICENTISSIMUS DEUS"
(1-11-1950)
EN QUE SE DEFINE COMO DOGMA DE FE LA
ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA CON
CUERPO Y ALMA AL CIELO
PÍO PP. XII
Obispo, siervo de los siervos de Dios, 
para perpetua memoria:
Introducción
La alegría por el aumento de la devoción a María
1. Las penas y tribulaciones aliviadas por las alegrías. 
El munificentísimo Dios, que todo lo puede y cuyos planes
providentes están hechos con sabiduría y amor, compensa en
sus inescrutables designios, tanto en la vida de los pueblos
como en la de los individuos, los dolores y las alegrías para
que, por caminos diversos y de diversas maneras, todo
coopere al bien de aquellos que le aman (cfr. Rom 8, 28).
2. Aumento de la Fe y la devoción a María. Nuestro
Pontificado, del mismo modo que la edad presente, está
oprimido por grandes cuidados, preocupaciones y angustias,
por las actuales gravísimas calamidades y la aberración de la
verdad y de la virtud; pero nos es de gran consuelo ver que,
mientras la fe católica se manifiesta en público cada vez más
activa, se enciende cada día más la devoción hacia la Virgen
Madre de Dios y casi en todas partes es estimulo y auspicio
de una vida mejor y más santa, de donde resulta que,
mientras la Santísima Virgen cumple amorosísimamente las
funciones de madre hacia los redimidos por la sangre de
Cristo, la mente y el corazón de los hijos se estimulan a una
más amorosa contemplación de sus designios.
I. - La preparación histórica de la dogmatización
1. Las Prerrogativas de María 3. La armonía de los privilegios concedidos a María. En
efecto, Dios, que desde toda la eternidad mira a la Virgen
María con particular y plenísima complacencia, cuando vino
la plenitud de los tiempos (Gál. 4, 4) ejecutó los planes de su
providencia de tal modo que resplandecen en perfecta
armonía los privilegios y las prerrogativas que con suma
liberalidad le había concedido. Y si esta suma liberalidad y
plena armonía de gracia fue siempre reconocida, y cada vez
mejor penetrada por la Iglesia en el curso de los siglos, en
nuestro tiempo ha sido puesta a mayor luz el privilegio de la
Asunción corporal al cielo de la Virgen Madre de Dios,
María.
4. La relación entre la Inmaculada Concepción y la
Asunción Corporal. Este privilegio resplandeció con nuevo
fulgor desde que nuestro predecesor Pío IX, de inmortal
memoria, definió solemnemente el dogma de la Inmaculada
Concepción de la augusta Madre de Dios. Estos dos
privilegios están, en efecto, estrechamente unidos entre sí.
Cristo, con su muerte, venció la muerte y el pecado; y sobre
el uno y sobre la otra reporta también la victoria en virtud de
Cristo todo aquel que ha sido regenerado sobrenaturalmente
por el bautismo. Pero por ley general, Dios no quiere
conceder a los justos el pleno efecto de esta victoria sobre la
muerte, sino cuando haya llegado el fin de los tiempos. Por
eso también los cuerpos de los justos se disuelven después de
la muerte, y sólo en el último día volverá a unirse cada uno
con su propia alma gloriosa.
Pero de esta ley general quiso Dios que fuera exenta la
bienaventurada Virgen María. Ella, por privilegio del todo
singular, venció al pecado con su concepción inmaculada;
por eso no estuvo sujeta a la ley de permanecer en la
corrupción del sepulcro ni tuvo que esperar la redención de
su cuerpo hasta el fin del mundo.
2. La cristiandad anhela esta dogmatización
5. Nuevas esperanzas después de 1854. Por eso, cuando fue
solemnemente definido que la Virgen Madre de Dios, María,
estaba inmune de la mancha hereditaria de su concepción, los
fieles se llenaron de una más viva esperanza de que cuanto
antes fuera definido por el supremo magisterio de la Iglesia el dogma de la 
Asunción corporal al cielo de María Virgen.
Efectivamente, se vio que no sólo los fieles particulares, sino
los representantes de naciones o de provincias eclesiásticas, y
aun no pocos padres del Concilio Vaticano, pidieron con
vivas instancias a la Sede Apostólica esta definición.
6. Los estudios y las peticiones dirigidas a la Santa Sede.
Después, estas peticiones y votos no sólo no disminuyeron,
sino que aumentaron de día en día en número e insistencia.
En efecto, a este fin fueron promovidas cruzadas de
oraciones; muchos y eximios teólogos intensificaron sus
estudios sobre este tema, ya en privado, ya en los públicos
ateneos eclesiásticos y en las otras escuelas destinadas a la
enseñanza de las sagradas disciplinas; en muchas partes del
orbe católico se celebraron congresos marianos, tanto
nacionales como internacionales. Todos estos estudios e
investigaciones pusieron más de relieve que en el depósito
de la fe confiado a la Iglesia estaba contenida también la
Asunción de María Virgen al cielo, y generalmente siguieron
a ello peticiones en que se pedía instantemente a esta Sede
Apostólica que esta verdad fuese solemnemente definida.
En esta piadosa competición, los fieles estuvieron
admirablemente unidos con sus pastores, los cuales, en
número verdaderamente impresionante, dirigieron peticiones
semejantes a esta cátedra de San Pedro. Por eso, cuando
fuimos elevados al trono del Sumo Pontificado, habían sido
ya presentados a esta Sede Apostólica muchos millares de
tales súplicas de todas partes de la tierra y por toda clase de
personas: por nuestros amados hijos los cardenales del
Sagrado Colegio, por venerables hermanos arzobispos y
obispos de las diócesis y de las parroquias.
7. Exhortación a mayor estudio y oración. Por eso,
mientras elevábamos a Dios ardientes plegarias para que
infundiese en nuestra mente la luz del Espíritu Santo para
decidir una causa tan importante, dimos especiales órdenes
de que se iniciaran estudios más rigurosos sobre este asunto,
y entretanto se recogiesen y ponderasen cuidadosamente
todas las peticiones que, desde el tiempo de nuestro
predecesor Pío IX, de feliz memoria, hasta nuestros días,
habían sido enviadas a esta Sede Apostólica a propósito de la Asunción de la
beatísima Virgen María al cielo[1].
3. El argumento de la Tradición de la Iglesia
a) El consenso unánime de los Obispos
8. La encuesta oficial. Pero como se trataba de cosa de tanta
importancia y gravedad, creímos oportuno pedir directamente
y en forma oficial a todos los venerables hermanos en el
Episcopado que nos expusiesen abiertamente su
pensamiento. Por eso, el 1 de mayo de 1946 les dirigimos la
carta "Deiparæ Virginis Mariæ", en la que preguntábamos:
Si vosotros, venerables hermanos, en vuestra eximia
sabiduría y prudencia, creéis que la Asunción corporal de la
beatísima Virgen se puede proponer y definir como dogma
de fe y si con vuestro clero y vuestro pueblo lo deseáis.
9. La respuesta casi unánime del magisterio ordinario. Y
aquellos que el Espíritu Santo ha puesto como obispos para
regir la Iglesia de Dios (Hechos, 20, 28) han dado a una y
otra pregunta una respuesta casi unánimemente afirmativa.
Este singular consentimiento del Episcopado católico y de
los fieles[2], al creer definible como dogma de fe la
Asunción corporal al cielo de la Madre de Dios,
presentándonos la enseñanza concorde del magisterio
ordinario de la Iglesia y la fe concorde del pueblo cristiano,
por él sostenida y dirigida, manifestó por sí mismo de modo
cierto e infalible que tal privilegio es verdad revelada por
Dios y contenida en aquel divino depósito que Cristo confió
a su Esposa para que lo custodiase fielmente e infaliblemente
lo declarase[3]. El magisterio de la Iglesia, no ciertamente
por industria puramente humana, sino por la asistencia del
Espíritu de Verdad (cfr. San Juan, 14, 26), y por eso
infaliblemente, cumple su mandato de conservar
perennemente puras e íntegras las verdades reveladas y las
transmite sin contaminaciones, sin añadiduras, sin
disminuciones. En efecto, como enseña el Concilio Vaticano,
a los sucesores de Pedro no fue prometido el Espíritu Santo
para que, por su revelación, manifestasen una nueva
doctrina, sino para que, con su asistencia, custodiasen
inviolablemente y expresasen con fidelidad la revelación
transmitida por los Apóstoles, o sea el depósito de la fe[4].
Por eso, del consentimiento universal del magisterioordinario 
de la Iglesia se deduce un argumento cierto y
seguro para afirmar que la Asunción corporal de la
bienaventurada Virgen María al cielo —la cual, en cuanto a
la celestial glorificación del cuerpo virgíneo de la augusta
Madre de Dios, no podía ser conocida por ninguna facultad
humana con sus solas fuerzas naturales— es verdad revelada
por Dios, y por eso todos los fieles de la Iglesia deben
creerla con firmeza y fidelidad. Porque, como enseña el
mismo Concilio Vaticano, deben ser creídas por fe divina y
católica todas aquellas cosas que están contenidas en la
palabra de Dios, escritas o transmitidas oralmente, y que la
Iglesia, o con solemne juicio o con su ordinario y universal
magisterio, propone a la creencia como reveladas por Dios
(De fide catholica, cap. 3, Denz-Umb. nr. 1732).
b) Los testimonios de la fe de la Iglesia.
10. 1) La convicción y fe del pueblo cristiano. De esta fe
común de la Iglesia se tuvieron desde la antigüedad, a lo
largo del curso de los siglos, varios testimonios, indicios y
vestigios; y tal fe se fue manifestando cada vez con más
claridad.
Los fieles, guiados e instruidos por sus pastores, aprendieron
también de la Sagrada Escritura que la Virgen María, durante
su peregrinación terrena, llevó una vida llena de
preocupaciones, angustias y dolores; y que se verificó lo que
el santo viejo Simeón había predicho: que una agudísima
espada le traspasaría el corazón a los pies de la cruz de su
divino Hijo, nuestro Redentor. Igualmente no encontraron
dificultad en admitir que María haya muerto del mismo
modo que su Unigénito. Pero esto no les impidió creer y
profesar abiertamente que no estuvo sujeta a la corrupción
del sepulcro su sagrado cuerpo y que no fue reducida a
putrefacción y cenizas el augusto tabernáculo del Verbo
Divino. Así, iluminados por la divina gracia e impulsados
por el amor hacia aquella que es Madre de Dios y Madre
nuestra dulcísima, han contemplado con luz cada vez más
clara la armonía maravillosa de los privilegios que el
providentísimo Dios concedió al alma Socia de nuestro
Redentor y que llegaron a una tal altísima cúspide a la que
jamás ningún ser creado, exceptuada la naturaleza humana de
Jesucristo, había llegado.11. Las tradiciones en la Iglesia y los misterios del
Rosario. Esta misma fe la atestiguan claramente aquellos
innumerables templos dedicados a Dios en honor de María
Virgen asunta al cielo y las sagradas imágenes en ellos
expuestas a la veneración de los fieles, las cuales ponen ante
los ojos de todos este singular triunfo de la bienaventurada
Virgen. Además, ciudades, diócesis y regiones fueron puestas
bajo el especial patrocinio de la Virgen asunta al cielo; del
mismo modo, con la aprobación de la Iglesia, surgieron
institutos religiosos, que toman nombre de tal privilegio. No
debe olvidarse que en el rosario mariano, cuya recitación tan
recomendada es por esta Sede Apostólica, se propone a la
meditación piadosa un misterio que, como todos saben, trata
de la Asunción de la beatísima Virgen.
12. 2. El testimonio de la Liturgia: a) la fiesta de la
Asunción. Pero de modo más espléndido y universal esta fe
de los sagrados pastores y de los fieles cristianos se
manifiesta por el hecho de que desde la antigüedad se
celebra en Oriente y en Occidente una solemne fiesta
litúrgica, de la cual los Padres Santos y doctores no dejaron
nunca de sacar luz porque, como es bien sabido, la sagrada
liturgia siendo también una profesión de las celestiales
verdades, sometida al supremo magisterio de la Iglesia,
puede oír argumentos y testimonios de no pequeño valor
para determinar algún punto particular de la doctrina
cristiana[5].
13. b) Los libros litúrgicos del rito Romano. En los libros
litúrgicos que contienen la fiesta, bien sea de la Dormición,
bien de la Asunción de la Virgen María, se tienen
expresiones en cierto modo concordantes al decir que cuando
la Virgen Madre de Dios pasó de este destierro, a su sagrado
cuerpo, por disposición de la divina Providencia, le
ocurrieron cosas correspondientes a su dignidad de Madre
del Verbo encarnado y a los otros privilegios que se le habían
concedido. Esto se afirma, por poner un ejemplo, en aquel
Sacramentario que nuestro predecesor Adriano I, de
inmortal memoria, mandó al emperador Carlomagno. En éste
se lee, en efecto: Digna de veneración es para Nos, ¡oh
Señor!, la festividad de este día en que la santa Madre de
Dios sufrió la muerte temporal, pero no pudo ser humilladapor los vínculos de la muerte Aquella que engendró a tu
Hijo, Nuestro Señor, encarnado en ella[6].
14. c) los libros litúrgicos de otros ritos orientales y
occidentales. Lo que aquí está indicado con la sobriedad
acostumbrada en la liturgia romana, en los libros de las otras
antiguas liturgias, tanto orientales como occidentales, se
expresa más difusamente y con mayor claridad. El
Sacramentario Galicano, por ejemplo, define este privilegio
de María inexplicable misterio, tanto más admirable cuanto
más singular es entre los hombres[7]. Y en la liturgia
bizantina se asocia repetidamente la Asunción corporal de
María no sólo con su dignidad de Madre de Dios, sino
también con sus otros privilegios, especialmente con su
maternidad virginal, preestablecida por un designio singular
de la Providencia divina: A Ti, Dios, Rey del universo, te
concedió cosas que son sobre la naturaleza; porque así como
en el parto te conservó virgen, así en el sepulcro conservó
incorrupto tu cuerpo, y con la divina traslación lo
glorificó[8].
15. La institución de la fiesta de precepto. El hecho de que
la Sede Apostólica, heredera del oficio confiado al Príncipe
de los Apóstoles de confirmar en la fe a los hermanos (cfr.
San Lucas, 22, 32), y con su autoridad hiciese cada vez más
solemne esta fiesta, estimula eficazmente a los fieles a
apreciar cada vez más la grandeza de este misterio. Así la
fiesta de la Asunsión, del puesto honroso que tuvo desde el
comienzo entre las otras celebraciones marianas, llegó en
seguida a los más solemnes de todo el ciclo litúrgico.
Nuestro predecesor San Sergio I, prescribiendo la letanía o
procesión estacional para las cuatro fiestas marianas,
enumera junto a la Natividad, la Anunciación, la Purificación
y la Dormición de María (Ver Liber Pontificalis, nr. 164,
Migne P.L. 128, 898). Después San León IV quiso añadir a la
fiesta, que ya se celebraba bajo el título de la Asunción de la
bienaventurada Madre de Dios, una mayor solemnidad
prescribiendo su vigilia y su octava; y en tal circunstancia
quiso participar personalmente en la celebración en medio de
una gran multitud de fieles (Ver Liber Pontificalis, nr. 508,
Migne P.L. 128, 1312). Además de que ya antiguamente esta
fiesta estaba precedida por la obligación del ayuno, aparece
claro de lo que atestigua nuestro predecesor San Nicolás I,donde habla de los principales ayunos que la santa Iglesia
romana recibió de la antigüedad y observa todavía[9].
16. 3) Los testimonios de los Santos Padres. a) en general.
Pero como la liturgia no crea la fe, sino que la supone, y de
ésta derivan como frutos del árbol las prácticas del culto, los
Santos Padres y los grandes doctores, en las homilías y en los
discursos dirigidos al pueblo con ocasión de esta fiesta, no
recibieron de ella como de primera fuente la doctrina, sino
que hablaron de ésta como de cosa conocida y admitida por
los fieles; la aclararon mejor; precisaron y profundizaron su
sentido y objeto, declarando especialmente lo que con
frecuencia los libros litúrgicos habían sólo fugazmente
indicado; es decir, que el objeto de la fiesta no era solamente
la incorrupción del cuerpo muerto de la bienaventurada
Virgen María, sino también su triunfo sobre la muerte y su
celestial glorificación a semejanza de su Unigénito.
17. b) San Juan Damasceno. Así San Juan Damasceno, que
se distingue entre todos como testigo eximio de esta
tradición, considerando la Asunción corporal de la Madre de
Dios a la luz de los otros privilegios suyos, exclama con
vigorosa elocuencia: Era necesario que Aquella que en el
parto había conservado ilesa su virginidad conservase
también sin ninguna corrupción su cuerpo después de la
muerte. Era necesario que Aquella que había llevado en su
seno al Creador hecho niño, habitase en los tabernáculos
divinos. Era necesario que la Esposa del Padre habitase en
los tálamos celestes. Era necesario que Aquella que había
visto a su Hijo en la cruz, recibiendo en el corazón aquella
espada de dolor de la que había sido inmune al darlo a luz, lo
contemplase sentado a la diestra del Padre. Era necesario que
la Madre de Dios poseyese lo que corresponde al Hijo y que
por todas las criaturas fuese honrada como Madre y sierva de
Dios[10].
18. c) otros Padres. San Germán de Constantinopla. Estas
expresiones de San Juan Damasceno corresponden fielmente
a aquellas de otros que afirman la misma doctrina.
Efectivamente, palabras no menos claras y precisas se
encuentran en los discursos que, con ocasión de la fiesta,
tuvieron otros Padres anteriores o contemporáneos. Así, por
citar otros ejemplos, San Germán de Constantinoplaencontraba que correspondía la incorrupción y Asunción al
cielo del cuerpo de la Virgen Madre de Dios no sólo a su
divina maternidad, sino también a la especial santidad de su
mismo cuerpo virginal. Tú, como fue escrito, apareces "en
belleza" y tu cuerpo virginal es todo santo, todo casto, todo
domicilio de Dios; así también por esto es preciso que sea
inmune de resolverse en polvo; sino que debe ser
transformado, en cuanto humano, hasta convertirse en
incorruptible; y debe ser vivo, gloriosísimo, incólume y
dotado de la plenitud de la vida[11]. Y otro antiguo escritor
dice: Como gloriosísima Madre de Cristo, nuestro Salvador
y Dios, donador de la vida y de la inmortalidad, y vivificada
por Él, revestida de cuerpo en una eterna incorruptibilidad
con Él, que la resucitó del sepulcro y la llevó consigo de
modo que sólo Él conoce[12].
19. El testimonio de los teólogos. Al extenderse y afirmarse
la fiesta litúrgica, los pastores de la Iglesia y los sagrados
oradores, en número cada vez mayor, creyeron un deber
precisar abiertamente y con claridad el objeto de la fiesta y
su estrecha conexión con las otras verdades reveladas.
20. a) los escolásticos. Entre los teólogos escolásticos no
faltaron quienes, queriendo penetrar más adentro en las
verdades reveladas y mostrar el acuerdo entre la razón
teológica y la fe, pusieron de relieve que este privilegio de la
Asunción de María Virgen concuerda admirablemente con
las verdades que nos son enseñadas por la Sagrada Escritura.
21. Sus razones teológicas. Partiendo de este presupuesto,
presentaron, para ilustrar este privilegio mariano, diversas
razones contenidas casi en germen en esto: que Jesús ha
querido la Asunción de María al cielo por su piedad filial
hacia ella. Opinaban que la fuerza de tales argumentos
reposa sobre la dignidad incomparable de la maternidad
divina y sobre todas aquellas otras dotes que de ella se
siguen: su insigne santidad, superior a la de todos los
hombres y todos los ángeles; la íntima unión de María con su
Hijo, y aquel amor sumo que el Hijo tenía hacia su dignísima
Madre.
22. Sus razones escriturísticas. Frecuentemente se
encuentran después teólogos y sagrados oradores que, sobrelas huellas de los Santos Padres[13] para ilustrar su fe en la
Asunción, se sirven con una cierta libertad de hechos y
dichos de la Sagrada Escritura. Así, para citar sólo algunos
testimonios entre los más usados, los hay que recuerdan las
palabras del salmista: Ven, ¡oh Señor!, a tu descanso, tú y el
arca de tu santificación (Salmo 131, 8), y ven en el arca de
la alianza, hecha de madera incorruptible y puesta en el
templo del Señor, como una imagen del cuerpo purísimo de
María Virgen, preservado de toda corrupción del sepulcro y
elevado a tanta gloria en el cielo. A este mismo fin describen
a la Reina que entra triunfalmente en el palacio celeste y se
sienta a la diestra del divino Redentor (Salmo 44, 10, 14-16),
lo mismo que la Esposa de los Cantares, que sube por el
desierto como una columna de humo de los aromas de mirra
y de incienso para ser coronada (Cant. 3, 6; cfr. 4, 8; 6, 9). La
una y la otra son propuestas como figuras de aquella Reina y
Esposa celeste, que, junto a su divino Esposo, fue elevada al
reino de los cielos.
Además, los doctores escolásticos vieron indicada la
Asunción de la Virgen Madre de Dios no sólo en varias
figuras del Antiguo Testamento, sino también en aquella
Señora vestida de sol, que el apóstol Juan contempló en la
isla de Patmos (Apoc. 12, 1-17). Del mismo modo, entre los
dichos del Nuevo Testamento consideraron con particular
interés las palabras Dios te salve, María, llena eres de
gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las
mujeres (San Lucas, 1, 28), porque veían en el misterio de la
Asunción un complemento de la plenitud de gracia
concedida a la bienaventurada Virgen y una bendición
singular, en oposición a la maldición de Eva.
23. b) Testimonios individuales: Amadeo, Obispo. Por eso,
al comienzo de la teología escolástica, el piadoso Amadeo,
obispo de Lausana, afirma que la carne de María Virgen
permaneció incorrupta (no se puede creer, en efecto, que su
cuerpo viese la corrupción), porque realmente se reunió a su
alma, y junto con ella fue envuelta en altísima gloria en la
corte celeste. Era llena de gracia y bendita entre las mujeres.
Ella sola mereció concebir al Dios verdadero del Dios
verdadero, y le parió virgen, le amamantó virgen,
estrechándole contra su seno, y le prestó en todo sus santos
servicios y homenajes[14].
14. El de San Antonio de Padua. Entre los sagrados
escritores que en este tiempo, sirviéndose de textos
escriturísticos o de semejanza y analogía, ilustraron y
confirmaron la piadosa creencia de la Asunción, ocupa un
puesto especial el doctor evangélico San Antonio de Padua.
En la fiesta de la Asunción, comentando las palabras de
Isaías: Glorificaré el lugar de mis pies (Is. 60, 13), afirmó
con seguridad que el divino Redentor ha glorificado de modo
excelso a su Madre amadísima, de la cual había tomado
carne humana. De aquí se deduce claramente, dice, que la
bienaventurada Virgen María fue asunta con el cuerpo que
había sido el sitio de los pies del Señor. Por eso escribe el
salmista: Ven, ¡oh Señor!, a tu reposo, Tú y el Arca de tu
santificación (Salmo 131, 8). Como Jesucristo, dice el santo,
resurgió de la muerte vencida y subió a la diestra de su
Padre, así «resurgió también el Arca de su santificación,
porque en este día la Virgen Madre fue asunta al tálamo
celeste[15].
25. San Alberto Magno. Cuando en la Edad Media la
teología escolástica alcanzó su máximo esplendor, San
Alberto Magno, después de haber recogido, para probar esta
verdad, varios argumentos fundados en la Sagrada Escritura,
la tradición, la liturgia y la razón teológica, concluye: De
estas razones y autoridades y de muchas otras es claro que
la beatísima Madre de Dios fue asunta en cuerpo y alma por
encima de los coros de los ángeles. Y esto lo creemos como
absolutamente verdadero[16]. Y en un discurso tenido el día
de la Anunciación de María, explicando estas palabras del
saludo del ángel Dios te salve, llena eres de gracia…, el
Doctor Universal compara a la Santísima Virgen con Eva y
dice expresamente que fue inmune de la cuádruple maldición
a la que Eva estuvo sujeta[17].
26. Santo Tomás. El Doctor Angélico, siguiendo los
vestigios de su insigne maestro, aunque no trató nunca
expresamente la cuestión, sin embargo, siempre que
ocasionalmente habla de ella, sostiene constantemente con la
Iglesia que junto al alma fue asunto al cielo también el
cuerpo de María[18].
27. San Buenaventura. Del mismo parecer es, entre otrosmuchos, 
el Doctor Seráfico, el cual sostiene como
absolutamente cierto que del mismo modo que Dios preservó
a María Santísima de la violación del pudor y de la
integridad virginal en la concepción y en el parto, así no
permitió que su cuerpo se deshiciese en podredumbre y
ceniza[19]. Interpretando y aplicando a la bienaventurada
Virgen estas palabras de la Sagrada Escritura: ¿Quién es esa
que sube del desierto, llena de delicias, apoyada en su
amado? (Cantar de los Cantares, 8, 5), razona así: Y de aquí
puede constar que está allí (en la ciudad celeste)
corporalmente… Porque, en efecto…, la felicidad no sería
plena si no estuviese en ella personalmente, porque la
persona no es el alma, sino el compuesto, y es claro que está
allí según el compuesto, es decir, con cuerpo y alma, o de
otro modo no tendría un pleno gozo[20].
28. c) Testimonios de escritores eclesiásticos modernos:
San Bernardino de Siena. En la escolástica posterior, o sea
en el siglo XV, San Bernardino de Siena, resumiendo todo lo
que los teólogos de la Edad Media habían dicho y discutido a
este propósito, no se limitó a recordar las principales
consideraciones ya propuestas por los doctores precedentes,
sino que añadió otras. Es decir, la semejanza de la divina
Madre con el Hijo divino, en cuanto a la nobleza y dignidad
del alma y del cuerpo —porque no se puede pensar que la
celeste Reina esté separada del Rey de los cielos—, exige
abiertamente que María no debe estar sino donde está
Cristo[21]; además es razonable y conveniente que se
encuentren ya glorificados en el cielo el alma y el cuerpo, lo
mismo que del hombre, de la mujer; en fin, el hecho de que
la Iglesia no haya nunca buscado y propuesto a la veneración
de los fieles las reliquias corporales de la bienaventurada
Virgen suministra un argumento que puede decirse como una
prueba sensible[22].
29. San Roberto Belarmino. En tiempos más recientes, las
opiniones mencionadas de los Santos Padres y de los
doctores fueron de uso común. Adhiriéndose al pensamiento
cristiano transmitido de los siglos pasados. San Roberto
Belarmino exclama: ¿Y quién, pregunto, podría creer que el
arca de la santidad, el domicilio del Verbo, el templo del
Espíritu Santo, haya caído? Mi alma aborrece el solo
pensamiento de que aquella carne virginal que engendró a Dios, le dio a luz,
 le alimentó, le llevó, haya sido reducida a
cenizas o haya sido dada por pasto a los gusanos[23].
De igual manera, San Francisco de Sales, después de haber
afirmado no ser lícito dudar que Jesucristo haya ejecutado
del modo más perfecto el mandato divino por el que se
impone a los hijos el deber de honrar a los propios padres, se
propone esta pregunta: ¿Quién es el hijo que, si pudiese, no
volvería a llamar a la vida a su propia madre y no la llevaría
consigo después de la muerte al paraíso?[24] Y San Alfonso
escribe: Jesús preservó el cuerpo de María de la corrupción,
porque redundaba en deshonor suyo que fuese comida de la
podredumbre aquella carne virginal de la que Él se había
revestido[25].
30. Temeridad de la opinión contraria. Aclarado el objeto
de esta fiesta, no faltaron doctores que más bien que
ocuparse de las razones teológicas, en las que se demuestra la
suma conveniencia de la Asunción corporal de la
bienaventurada Virgen María al cielo, dirigieron su atención
a la fe de la Iglesia, mística Esposa de Cristo, que no tiene
mancha ni arruga (cfr. Efesios, 5, 27), la cual es llamada por
el Apóstol columna y sostén de la verdad (I Timoteo, 3, 15),
y, apoyados en esta fe común, sostuvieron que era temeraria,
por no decir herética, la sentencia contraria. En efecto, San
Pedro Canisio, entre muchos otros, después de haber
declarado que el término Asunción significa glorificación no
sólo del alma, sino también del cuerpo, y después de haber
puesto de relieve que la Iglesia ya desde hace muchos siglos,
venera y celebra solemnemente este misterio mariano, dice:
Esta sentencia está admitida ya desde hace algunos siglos y
de tal manera fija en el alma de los piadosos fieles y tan
aceptada en toda la Iglesia, que aquellos que niegan que el
cuerpo de María haya sido asunto al cielo, ni siquiera
pueden ser escuchados con paciencia, sino abochornados
por demasiado tercos o del todo temerarios y animados de
espíritu herético más bien que católico[26].
31. El Padre Suárez, doctor eximio. Por el mismo tiempo,
el Doctor Eximio, puesta como norma de la mariología que
los misterios de la gracia que Dios ha obrado en la Virgen no
son medidos por las leyes ordinarias, sino por la
omnipotencia de Dios supuesta la conveniencia de la cosa en sí misma 
y excluida toda contradicción o repugnancia[27],
fundándose en la fe de la Iglesia en el tema de la Asunción,
podía concluir que este misterio debía creerse con la misma
firmeza de alma con que debía creerse la Inmaculada
Concepción de la bienaventurada Virgen, y ya entonces
sostenía que estas dos verdades podían ser definidas.
32. d) El fundamento en la Sagrada Escritura. Todas estas
razones y consideraciones de los Santos Padres y de los
teólogos tienen como último fundamento la Sagrada
Escritura, la cual nos presenta al alma de la Madre de Dios
unida estrechamente a su Hijo y siempre partícipe de su
suerte. De donde parece casi imposible imaginarse separada
de Cristo, si no con el alma, al menos con el cuerpo, después
de esta vida, a Aquella que lo concibió, le dio a luz, le nutrió
con su leche, lo llevó en sus brazos y lo apretó a su pecho.
Desde el momento en que nuestro Redentor es hijo de Maria,
no podía, ciertamente, como observador perfectísimo de la
divina ley, menos de honrar, además de al Eterno Padre,
también a su amadísima Madre. Pudiendo, pues, dar a su
Madre tanto honor al preservarla inmune de la corrupción del
sepulcro, debe creerse que lo hizo realmente.
Pero ya se ha recordado especialmente que desde el siglo II
María Virgen es presentada por los Santos Padres como
nueva Eva estrechamente unida al nuevo Adán, si bien sujeta
a él, en aquella lucha contra el enemigo infernal que, como
fue preanunciado en el protoevangelio (Génesis, 3, 15),
habría terminado con la plenísima victoria sobre el pecado y
sobre la muerte, siempre unidos en los escritos del Apóstol
de las Gentes (cfr. Romanos, cap. 5 et 6; I Corintios, 15,
21-26; 54-57). Por lo cual, como la gloriosa resurrección de
Cristo fue parte esencial y signo final de esta victoria, así
también para María la común lucha debía concluir con la
glorificación de su cuerpo virginal; porque, como dice el
mismo Apóstol, cuando… este cuerpo mortal sea revestido
de inmortalidad, entonces sucederá lo que fue escrito: la
muerte fue absorbida en la victoria (I Corintios, 15, 54).
II. - La conveniencia del dogma y su proclamación
33. La corona de todos sus privilegios. De tal modo, la
augusta Madre de Dios, arcanamente unida a Jesucristodesde 
toda la eternidad con un mismo decreto[28], de
predestinación, inmaculada en su concepción, Virgen sin
mancha en su divina maternidad, generosa Socia del divino
Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y
sobre sus consecuencias, al fin, como supremo coronamiento
de sus privilegios, fue preservada de la corrupción del
sepulcro y vencida la muerte, como antes por su Hijo, fue
elevada en alma y cuerpo a la gloria del cielo, donde
resplandece como Reina a la diestra de su Hijo, Rey inmortal
de los siglos (cfr. I Timoteo, 1, 17).
34. Resumen de todos los motivos. Y como la Iglesia
universal, en la que vive el Espíritu de Verdad, que la
conduce infaliblemente al conocimiento de las verdades
reveladas, en el curso de los siglos ha manifestado de
muchos modos su fe, y como los obispos del orbe católico,
con casi unánime consentimiento, piden que sea definido
como dogma de fe divina y católica la verdad de la Asunción
corporal de la bienaventurada Virgen María al cielo
—verdad fundada en la Sagrada Escritura, profundamente
arraigada en el alma de los fieles, confirmada por el culto
eclesiástico desde tiempos remotísimos, sumamente en
consonancia con otras verdades reveladas, espléndidamente
ilustrada y explicada por el estudio de la ciencia y sabiduría
de los teólogos—, creemos llegado el momento
preestablecido por la providencia de Dios para proclamar
solemnemente este privilegio de María Virgen.
35. Conveniencia de la proclamación del dogma. Nos, que
hemos puesto nuestro pontificado bajo el especial patrocinio
de la Santísima Virgen, a la que nos hemos dirigido en tantas
tristísimas contingencias; Nos, que con rito público hemos
consagrado a todo el género humano a su Inmaculado
Corazón y hemos experimentado repetidamente su validísima
protección, tenemos firme confianza de que esta
proclamación y definición solemne de la Asunción será de
gran provecho para la Humanidad entera, porque dará gloria
a la Santísima Trinidad, a la que la Virgen Madre de Dios
está ligada por vínculos singulares. Es de esperar, en efecto,
que todos los cristianos sean estimulados a una mayor
devoción hacia la Madre celestial y que el corazón de todos
aquellos que se glorían del nombre cristiano se mueva a
desear la unión con el Cuerpo Místico de Jesucristo y elaumento del
 propio amor hacia Aquella que tiene entrañas
maternales para todos los miembros de aquel Cuerpo
augusto. Es de esperar, además, que todos aquellos que
mediten los gloriosos ejemplos de María se persuadan cada
vez más del valor de la vida humana, si está entregada
totalmente a la ejecución de la voluntad del Padre Celeste y
al bien de los prójimos; que, mientras el materialismo y la
corrupción de las costumbres derivadas de él amenazan
sumergir toda virtud y hacer estragos de vidas humanas,
suscitando guerras, se ponga ante los ojos de todos de modo
luminosísimo a qué excelso fin están destinados los cuerpos
y las almas; que, en fin, la fe en la Asunción corporal de
María al cielo haga más firme y más activa la fe en nuestra
resurrección.
36. La solemne dogmatización. La coincidencia
providencial de este acontecimiento solemne con el Año
Santo que se está desarrollando nos es particularmente grata;
porque esto nos permite adornar la frente de la Virgen Madre
de Dios con esta fúlgida perla, a la vez que se celebra el
máximo jubileo, y dejar un monumento perenne de nuestra
ardiente piedad hacia la Madre de Dios.
37. Fórmula definitoria. Por tanto, después de elevar a Dios
muchas y reiteradas preces e invocar la luz del Espíritu de la
Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la
Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su
Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de
la muerte; para acrecentar la gloria de esta misma augusta
Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, por la
autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los
bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y por la Nuestra,
pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de
revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios,
siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida
terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria Celeste.
Epílogo
Deber de aceptar el nuevo dogma
Por eso, si alguno, lo que Dios no quiera, osase negar o
poner en duda voluntariamente lo que por Nos ha sido definido, sepa 
que ha caído de la fe divina y católica.
38. Disposiciones de promulgación. Para que nuestra
definición de la Asunción corporal de María Virgen al cielo
sea llevada a conocimiento de la Iglesia universal, hemos
querido que conste para perpetua memoria esta nuestra carta
apostólica; mandando que a sus copias y ejemplares, aun
impresos, firmados por la mano de cualquier notario público
y adornados del sello de cualquier persona constituida en
dignidad eclesiástica, se preste absolutamente por todos la
misma fe que se prestaría a la presente si fuese exhibida o
mostrada.
A ninguno, pues, sea lícito infringir esta nuestra declaración,
proclamación y definición u oponerse o contravenir a ella. Si
alguno se atreviere a intentarlo, sepa que incurrirá en la
indignación de Dios omnipotente y de sus santos apóstoles
Pedro y Pablo.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el Año del máximo
Jubileo de 1950, el día 1º del mes de Noviembre, Fiesta de
Todos los Santos, el año duodécimo de Nuestro Pontificado.
Nos, Pío, Obispo de la Iglesia católica, definiéndolo así, lo
hemos suscrito.
PÍO PAPA XII.
[1]"Petitiones de Asumptione corporea B. Virginis Mariæ in
cœlum definienda ad S. Sedem delatæ"; 2 vol., Typis
Polyglottis Vaticanis, 1942.
[2]Bula "Ineffabilis Deus", Acta Pii IX, P. I, vol. 1, p. 615.
[3]Cfr. Conc. Vat. De fide catholica, cap. 4.
[4]Conc. Vat. Const. De ecclesia Christi, cap. 4, Denz-Umb.
nr. 1836.
[5]Carta encíclica Mediator Dei, 20-9-1947. A. A. S., vol. 39
(1947) 541.
[6]Sacramentarium Gregorianum. Nr. 457; Migne, P.L. 78,
133, B; ver ib. 401.[7]Sacramentarum Gallicarum, nr. 211; Migne P.L. 72, 244.
[8]Menæi totius anni. Citado por Cozza-Luzzi en: De
Corporis Assumptione B. Mariæ testimonia liturgica
Græcorum selecta, Roma 1869, pág. 194.
[9]"Responsa Nicolai Papæ I ad consulta Bulgarorum". Las
respuestas del Papa Nicolás I a las consultas de los
Búlgaros. Epíst. 94 n. 4; Migne P.L. 119, 981.
[10]San Juan Damasceno, Encomium in Dormitionem Dei
Genitricis semperque Virginis Mariæ, hom. II, 16; véase allí
también n. 3. Migne P.L. 119, 981.
[11]San Germ. Const., In Sanctæ Dei Genitricis
Dormitionem,sermón 1. Migne 98, 345.
[12]Encomium in Dormitionem Sanctissimæ Dominæ nostræ
Deiparæ semperque Virginis Mariæ, atribuido a San Modesto
Hierosol, I, núm. 14. Migne P.G. 86, 3311.
[13]Compárese con Juan Damasc., Encomium in
Dormitionem Dei Genitricis semperque Virginis Mariæ,
hom. II, 2, 11. Migne P.G. 96, 723; Encomium in
Dormitionem atribuido a San Modesto Hierosol. Migne P.G.
86, 3287-3290.
[14]Amadeus Lausannensis, De Beatæ Virginis obitu,
Assumptione in cælum, exaltatione ad Filii dexteram, Migne
P.L. 188, 1337.
[15]San Antonius de Padua, Sermones dominicales et in
solemnitatibus. In Assumptione S. Mariae Virginit sermo.
[16]San Alberto Magno, Mariale sive quæstionet super
Evang. "Missus est", q. 132.
[17]San Alberto Magno, Sermones de Sanctis, sermón 15; In
Anuntiatione B. Mariæ; vea también "Mariale", q. 132.
[18]Ver Santo Tomás, Suma Teológica, 3, q. 27, a. 1 c.; ibíd.,
q. 83, a. 5 ad 8, Expositio salutationis angelicæ, In symb.,
Apostolorum expositio, art. 5; In IV Sent., D. 12, q. 1, art. 3,sol. 3; d: 43, q. 1, art. 3, sol. 1 et 2.
[19]San Buenaventura, De Nativitate B. Mariæ Virginis,
sermón 5.
[20]San Buenaventura, De Assumptione B. Mariæ Virginis,
sermón 1.
[21]San Bernardino de Siena, In Assumptione B. M.
Virginis, sermón 2.
[22]San Bernardino de Siena, In Assumptione B. M.
Virginis, sermón 2.
[23]San Roberto Bellarmino, Canciones habitæ Lovanii,
canción 40: De Assumptionæ B. Mariæ Virginis.
[24]Oeuvres de St. François de Sales, sermon autographe
pour la fete de l'Assumption. Oeuvres Complètes édit.
Annecy 1896; tomo 7, Sermons vol. I, 454.
[25]San Alfonso María de Ligorio, Le glorie di Maria, parte
II, disc. 1.
[26]San Pedro Canisio, De Maria Virgine et Dei Genitrice
sacrosancta, libri quinque, lib. V, cap. 5, David Sartorius,
Ingolstadt 1577, pág. 567.
[27]Suárez, F, In tertiam partem S. Thomæ, quæst. 27, art. 2,
disp. 3, sec. 5, n. 31.