El
Santo Escapulario
Con esta palabra se entiende
siempre designar la
espiritual divisa de la
insigne Orden Carmelitana,
por ser el Escapulario de
ella el que dio tipo y
norma para todos los demás que después se han
usado en la Iglesia de
Dios. Del mismo que
cuando se habla de la
Venerable Orden Tercera
se
quiere significar, aunque otras cosa no se diga, la del Santo Padre Francisco
de Asís, que fue la que sirvió de modelo a cuántas Órdenes Terceras se han
erigido después.
Es entre todas la Órdenes religiosas una
de las más distin-guidas la insigne Orden Carmelitana o del Monte Carmelo. A la antigüedad de su fundación, que no sin
graves motivos se hace remontar al Santo Profeta Elías, añade los inmensos
servicios que ha prestado a la Iglesia de Dios, y lo que ésta la ha tenido
siempre en especial consideración. Más
sobre todo la enaltece la justa estima que ha logrado entre las clases todas
del pueblo cristiano su Santo Escapulario.
Aún hoy, debilitada la fe y entibiado en muchos corazones, aún de los
católicos, el amor en que deben tenerse siempre estas piadosas prácticas, el
santo Escapulario comparte con el Rosario de Nuestra Señora el blasón de la más
universal popularidad. Aún hoy parece
ser fiesta en todos los pueblos el día del Carmen, aunque como tal no la haya
preceptuado el Calendario cristiano, y son los altares más concurridos y más
iluminados los de la Virgen del Carmelo, y son los colores de su hábito los que
más usan en concepto de devoción y de exvoto muchas personas piadosas. Y bajo sotanas y monjiles, como bajo trajes
de seda y uniformes militares, la mística divisa del Escapulario cubre aún
muchos pechos como celestial escudo, y mantiene en ellos como recuerdo santo el
calor de la fe y de la devoción más acendrada a María Santísima.
Prescindiendo,
pues , de las grandezas y glorioso abolengo histórico de la Orden Carmelitana
que todo no lo podemos abarcar, diremos algo ahora del Santo Escapulario, parte
que más de cerca atañe a nuestras relaciones con el pueblo, a quien
principalmente nos dirigimos. Su origen,
su excelencia, las bendiciones que a él ha vinculado la promesa formal de la
Madre de Dios, las gracias con que después la enriqueció la generosidad de los
Papas, los favores mil que ha logrado a sus devotos; todo eso reseñaremos breve
y compendiosamente, y aunque muchos de nuestros lectores lo sepan ya, por
haberlo oído cien veces predicar, se lo recordaremos para que lo tengan en
mayor estima y aprecio.
Y además les daremos de nuestro propio saco algunas
contundentes razones con que puedan contestar a quien les hable en son de mofa
contra tan hermosa devoción.
Que los tiempos presentes obligan a que se miren y estudien
siempre las prácticas devotas también por este lado : por el de la
controversia, para cerrarles la boca a los impíos. La misma Virgen Santísima es la autora del
Santo Escapulario. Sabida es la
hermosísima historia (no leyenda, sino historia fundada en los documentos
críticos más incontestables) del venerable Simón Stock, carmelita inglés,
general luego de toda la Orden carmelitana, a quien se le apareció la celestial
Señora, donándole, con raro y nunca antes oído privilegio, la insignia del
santo Escapulario con estas palabras que expresan toda la importancia del don :
“Recibe muy amado hijo, recibe este Escapulario, insignia y divisa especial de
tu Orden y de mi Hermandad, privilegio singular y exclusivo para ti y todos los
Carmelitas. Cualquiera que muriese
investido con él no sufrirá el fuego eterno.
En él tienes bella consigna de salud, amparo en los peligros, prenda de
paz y de eterna alianza”.
Documentos
de la crítica más incontestable sacan, como hemos dicho, esta aparición de la
categoría de piadosa leyenda tradicional que para algunos pudiera meramente
tener, para elevarla a la de verdad reconocida plenamente por la historia y
sancionada por la suprema autoridad de la Iglesia, tan escrupulosa como todos
sabemos, en estas materias. La serie de
Romanos Pontífices que en seguida se apresuraron a dar toda clase de apoyo y
firmeza a la devoción del Santo Escapulario principia en Juan XXII, el cual en
su famosa Bula refiere, bajo el sello
papal, como se le apareció la Reina de los cielos, y le manifestó que su amor a
los cofrades carmelitas era tal, que no permitiría que los exactos observantes
de esta Regla pasasen en el purgatorio más allá del primer sábado después de su
muerte, por lo cual se llamó a dicha Bula
Sabbatina. Singular manera de jubileo otorgado a sus
devotos por la bondad de la Madre de Dios, y que fue reconocido, no como mera
piadosa creencia popular, sino como auténtica revelación de la Reina de los
cielos, por Alejandro V, Clemente VII, Paulo III, San Pío V y Gregorio XIII,
que todos añadieron nueva sanción a la referida Bula de Juan XXII. Permitiendo Dios que, algunos siglos después,
poderosos émulos de la Orden Carmelitana trajesen en Francia cuestión sobre
eso, llegándose el caso de que por alguna autoridad inferior se pusiese en duda
la autenticidad de tales creencias; lo cual provocó de nuevo el fallo
irrecusable de Roma sobre este particular.
Lo cual más tarde repetido en Portugal, tuvo de parte de Roma igual
definitivo desenlace. Como si a
propósito hubiese querido Dios sujetar a juicio contradictorio este punto
culminante de las glorias Carmelitanas, a fin de que más clara resaltase la
solidez de los fundamentos canónicos de esta hermosa devoción. El último ponente, digámoslo así, de las
sagradas Congregaciones romanas en esta materia, fue un teólogo de la talla del
Cardenal Belarmino, a cuya pluma se
deben las lecciones del segundo nocturno del rezo de la Virgen del Carmen, que
por orden del Papa le fueron encomendadas en sustitución de las antiguas, para
que en ellas después de nuevo y maduro examen de este gran controversista,
quedase plena y oficialmente consignada la revelación del Venerable Simón Stock
y el contenido de la Bula de Juan XXII.
A lo cual debe añadirse la concesión de las innumerables
indulgencias con que ha enriquecido la iglesia la práctica de que tratamos
aquí, última y más autorizada confirmación de ella para cuántos sepan apreciar
el valor que tienen tales datos de crítica eclesiástica.
Está, pues, en la categoría de las devociones más autorizadas
y más formalmente reconocidas en la Iglesia de Dios la del Santo Escapulario.
El elogio del Santo Escapulario queda hecho con citar las
memorables palabras con que se dignó acompañar la Santísima Virgen su entrega
al Beato Simón. De ellas se han deducido
cinco como especiales prerrogativas de esta espiritual divisa, por este orden :
1. El Escapulario eleva a todo aquel que
dignamente lo usa al carácter de hijo y hermano y co-familiar de la Santísima Virgen. Tales son las primeras palabras de María a
Simón Stock : “Recibe, hijo mío, el Escapulario de tu Orden, divisa hermosa de
mi confraternidad”. A quien la Virgen otorga con tal investidura
este título de cohermano suyo, ¿quién se lo podrá negar?
2. Hace
participantes a cuántos lo visten de todas las obras buenas que se hacen en
toda la Orden Carmelitana. Compréndese
esta prerrogativa en la anterior, pues haciendo el Santo Escapulario de todos
cuántos lo usan una verdadera espiritual familia, hácelos partícipes, como no
opongan formal obstáculo, de un mismo espiritual patrimonio, en lo cual
consiste el carácter verdadero de cohermandad.
3. Da
derecho a innumerable suma de gracias espirituales abundantemente prodigadas
por la Iglesia a cuántos tomen sobre sí esta devota insignia. Llenos están los sumarios de la Orden de la
relación de estas indulgencias, en las que apenas hay otra más rica, además de
aquel insigne jubileo sabatino consignado en la Bula de Juan XXII y de que
hemos hablado antes.
4. Es
signo de especial alianza entre el cofrade y la Virgen Santísima y prenda de
eterna salvación. También las palabras
dichas expresan este concepto en términos que varios autores no han dudado
llamar al Santo Escapulario una especie de sacramento de María, como que es
signo sensible de la gracia de Ella, acreditada además por innumerables hechos
que constan en las historias debidamente justificadas.
5. Es
protección en los mismos peligros corporales, como también expresa la citada
fórmula de entrega de la Madre de Dios, también justificada con repetidos
casos, en que aparece clara su protección sobre los fieles devotos del
Escapulario en sus necesidades, especialmente en lances de guerra y de
incendios.
Tales
privilegios han dado muy justamente a la Cofradía del
Santo Escapulario los honores de la más hermosa popularidad. Hubo un tiempo, en efecto, en que pobres y
ricos, jóvenes y ancianos, hacíanse como un deber llevar sobre su pecho esta
divisa de María, para más acreditarle su amor y merecerse su protección. Hoy con ser más tibia la fe, y en
consecuencia haber decaído como todas las demás esta piadosa práctica, conserva
todavía ella uno de los más privilegiados lugares en el corazón del pueblo
cristiano. Mas la impiedad hace también
blanco de su rechifla esta devoción, y se burla de este retazo de lana bendecida que imponen los Curas y en que creen los
tontos. A eso contestaremos ahora
para concluir.
Si en el terreno de la
controversia teológica propiamente dicha es facilísimo responder con poderosos
documentos a cualquiera objeción que se haga contra el Santo Escapulario, no lo
es menos hacer enmudecer al racionalismo superficial y volteriano, que es el
que más frecuentemente ataca en nuestros días esta devoción.
“¿A qué (os dirán) ese
retazo de paño bendecido, que imponéis con tantas ceremonias?”
Y bien, replicaremos
nosotros; aunque no quiera ver vuestra frivolidad en el Escapulario más que un
retazo de paño, solemnemente bendecido e impuesto, y devotamente aceptado, y
piadosamente ostentado, ¿creéis que no hay bastante con eso para sacarle
vencedor de vuestras necias e impertinentes cuchufletas? Es una insignia, es
una divisa, es una prenda de uniforme: y ¿desde cuándo todas estas cosas no os
han sido, aún en lo humano, muy simpáticas y muy respetables, oh hombres de dos
pesos y dos medidas, que tan desigualmente y con tan opuestos criterios juzgáis
de lo vuestro y de lo de la Religión?
Os morís por una cinta o por
una placa, y cometéis tal vez para alcanzarla mil bajezas, y os hacéis héroes
de ridícula vanidad femenil por lucirla en concursos y paseos; y ¿qué es ésta
más que un retazo de seda, que si alguna vez vale algo cuando algo significa, frecuentemente
no es más que testimonio de la perfecta nulidad de quien la ostenta?
¿No mandáis al soldado que
se haga matar en defensa de otro colgajo más o menos desgarrado que suspendéis
de una percha y que llamáis bandera? Vidas a miles no le parecen precio
demasiado subido al pundonoroso caudillo, para que no caiga ese girón de tela
sucia y harapienta en poder del enemigo, porque es la divisa del honor, de la
lealtad y de los más preciados intereses de la patria.
No parece estar el siglo por
la nobleza, al menos por la verdadera; mas nada hay que seduzca tanto al más
democrático ciudadano como la fatuidad de poder pintar en la portezuela de su
coche o en el membrete de su papel de cartas un escudo blasonado que le
distinga de la común y adocenada multitud.
Fatuidad hemos dicho, y lo es cuando tales símbolos no representan un
glorioso pasado y rica herencia de verdaderos merecimientos, sino pueril deseo
de ocultar como con brillante tapadera un origen tal vez ruin.
Decid ahora : aunque no
fuese el Santo Escapulario más que divisa, bandera, blasón, ¿no tuviera
bastante con eso sólo para merecer más alta consideración que la que en
sociedad se tributa a las más hermosas
divisas, banderas y blasones? Es devisa del amor de María, concedida por esta
celestial Señora a sus más ardidos caballeros; es bandera de su fe y devoción
ilustre en las batallas de muchos siglos; es el blasón de una de las más
ilustres familias del solar cristiano, cual es la vieja Orden Carmelitana. Decid, frívolos burladores de las cosas
santas, sólo por el prurito de serlo : ¿qué puede oponer a esos títulos de
respeto vuestra crítica, que por ser racionalista no llega ni a racional?
Callad, pues, y dejad
buenamente al pueblo fiel que ama, cree y espera, dejadle, digo, en la pacífica
posesión y goce de unos sentimientos que por desdicha vuestra no estáis en el
caso de comprender. Y siga el verdadero
y exacto devoto de María amando y reverenciando y llevando sobre sí, con
profundo cariño y celestial confianza, el Santo Escapulario.
En resumen, María, nuestra
Madre, se dignó bajarnos del cielo esta prenda de su protección, divisa de sus
más devotos hijos. Y el mundo todo
recibió con aclamaciones de gratitud y cariño ese testimonio dela amor que le
profesa desde los cielos su buena Madre.
Amad, pues, el Santo
Escapulario, veneradlo y traedlo encima con fe y devoción y ejemplar conducta,
porque es la insignia principal de vuestra Madre.
Escuchad ahora, y grabad en
vuestra mente lo que os voy a decir sobre el Santo Escapulario.
Honra, como honra al buen
militar el uniforme de su ejército; como honra al buen patricio la bandera de
su nacionalidad; como honra al buen ciudadano la divisa de su profesión o clase
social. Con él distingue a sus más adictos
soldados, la Reina de los cielos, a sus más preclaros hijos, la sociedad
cristiana. Vestir el Escapulario es todo
eso, porque es la librea y divisa de la más escogida familia, la de la Reina de
los cielos.
Obliga, como obliga un
compromiso contraído; como obliga una palabra empeñada; como obliga un
ofrecimiento prestado. Como obliga al
caballero su blasón; como obliga al soldado su bandera; como obliga al
magistrado su insignia. Obliga a no mancharlo con ideas o costumbres indignas
de él; a no envilecerlo con ruin y bastarda conducta; a ostentarlo con decoro;
a conformar a su alta significación todo el tenor de vida : obras, palabras,
pensamientos y aficiones.
Protege, como celestial
loriga con que cubre María el pecho a sus devotos; como tabla salvadora que les
tiene de en medio del oleaje del mundo, como prenda y fianza que les anticipa
de su maternal corazón hasta más allá de la muerte. Preserva en vida de males del alma y del
cuerpo; consuela en muerte de los
remordimientos y angustias postreras; redime después de ella los atrasos y
deudas del purgatorio. Mitiga el hervor
de las tentaciones; endulza los dolores de la agonía; abrevia el plazo de la
expiación.
Traedlo, pues, encima,
católicos todos, con fe y devoción y ejemplar conducta, porque es la insignia
principal de vuestra Madre, la dulce, la cariñosa, la poderosísima Reina
Carmelitana.
* Bula Sabbatina (clic )
* Apología (clic)
Fuente : Propaganda Católica -Año Sacro Tomo III-Parte II-páginas 111 al 120